El cambio climático provoca un aumento de los fenómenos extremos que se repiten cada ocho o nueve años en el Atlántico por una oscilación de la atmósfera llamada NAO. Una ola de más de 26 metros, tan alta como un edificio de siete u ocho plantas, inédita en los registros de las boyas que Puertos del Estado y el Instituto Oceanográfico Español tienen repartidas por el litoral del país. Ocurrió el pasado 24 de enero, a 22 millas al norte de Santander, durante el temporal de viento más intenso del invierno. ¿Deberíamos asombrarnos? Los expertos dicen que no, pero con matices.
“No quiere decir que no sea algo excepcional”, asegura Raúl Medina, director del Grupo de Ingeniería Oceanográfica y de Costas de la Universidad de Cantabria y encargado del informe del Ministerio de Medio Ambiente sobre el impacto del cambio climático en las costas. Porque hay que ir acostumbrándose. Las olas gigantes son un ejemplo más de la respuesta de la naturaleza a la contaminación, junto con el efecto de la NAO, una oscilación atmosférica que se repite cada siete, ocho o nueve años en el Atlántico Norte y que intensifica la fuerza de las borrascas durante dos o tres inviernos.
Algo así como la réplica atlántica de El Niño o La Niña, las corrientes marinas del Pacífico que originan los devastadores huracanes en Estados Unidos. De su actividad depende la variación del invierno. O seco y húmedo en la Península o como ahora, repleto de fuertes temporales. “La naturaleza tiene sus ciclos y tendencias. La gente sabe que en invierno hace frío y en verano calor, pero cuando son más largos, se olvida”, explica Medida. Por eso, hace más o menos una década, la costa gallega y cántabra estaban inmersas en un tiempo muy parecido al de estos días y precisamente entonces se marcaron dos de los récords en la altura de las olas. De hasta 9 metros de altura significante -que marca la media de un tercio de las olas recogidas durante un periodo de tiempo, generalmente una hora- en el Cabo de Peñas, frente a Asturias; o de 11,1 metros en Cabo Silleiro. Con la NAO de nuevo en fase negativa diez años después, se han vuelto a batir marcas históricas: los 12,7 y 12,8 metros de Cabo Vilán y Estaca de Bares, respectivamente, el pasado invierno, y los 14,8 metros -y un pico de 26- de Santander el día 24.
“Lo que estamos observando es que el cambio climático está provocando que los fenómenos sean cada vez más extremos”, sostiene Raúl Medina. “Como cuando se sube una escalera -añade-. Cada ocho años hay más temporales, más grandes otros ocho años después y todavía más cuando pasan 16″. La revisión de los datos meteorológicos y oceanográficos de los últimos 50 años así lo refleja. “En un par de años, otro ciclo de poca lluvia”, avanza. Para luego pedir una reflexión: “Hay que adaptarse. Esta ola de Santander, como en su momento las de Galicia, debe hacernos pensar, reflexionar sobre el futuro y los gestores tenerlo en cuenta a la hora de diseñar las infraestructuras”. En Laredo (Cantabria), por ejemplo, han tenido que revisar hasta tres veces el proyecto de su puerto ante la previsión de más oleaje en el Cantábrico y Galicia.
“No quiere decir que no sea algo excepcional”, asegura Raúl Medina, director del Grupo de Ingeniería Oceanográfica y de Costas de la Universidad de Cantabria y encargado del informe del Ministerio de Medio Ambiente sobre el impacto del cambio climático en las costas. Porque hay que ir acostumbrándose. Las olas gigantes son un ejemplo más de la respuesta de la naturaleza a la contaminación, junto con el efecto de la NAO, una oscilación atmosférica que se repite cada siete, ocho o nueve años en el Atlántico Norte y que intensifica la fuerza de las borrascas durante dos o tres inviernos.
Algo así como la réplica atlántica de El Niño o La Niña, las corrientes marinas del Pacífico que originan los devastadores huracanes en Estados Unidos. De su actividad depende la variación del invierno. O seco y húmedo en la Península o como ahora, repleto de fuertes temporales. “La naturaleza tiene sus ciclos y tendencias. La gente sabe que en invierno hace frío y en verano calor, pero cuando son más largos, se olvida”, explica Medida. Por eso, hace más o menos una década, la costa gallega y cántabra estaban inmersas en un tiempo muy parecido al de estos días y precisamente entonces se marcaron dos de los récords en la altura de las olas. De hasta 9 metros de altura significante -que marca la media de un tercio de las olas recogidas durante un periodo de tiempo, generalmente una hora- en el Cabo de Peñas, frente a Asturias; o de 11,1 metros en Cabo Silleiro. Con la NAO de nuevo en fase negativa diez años después, se han vuelto a batir marcas históricas: los 12,7 y 12,8 metros de Cabo Vilán y Estaca de Bares, respectivamente, el pasado invierno, y los 14,8 metros -y un pico de 26- de Santander el día 24.
“Lo que estamos observando es que el cambio climático está provocando que los fenómenos sean cada vez más extremos”, sostiene Raúl Medina. “Como cuando se sube una escalera -añade-. Cada ocho años hay más temporales, más grandes otros ocho años después y todavía más cuando pasan 16″. La revisión de los datos meteorológicos y oceanográficos de los últimos 50 años así lo refleja. “En un par de años, otro ciclo de poca lluvia”, avanza. Para luego pedir una reflexión: “Hay que adaptarse. Esta ola de Santander, como en su momento las de Galicia, debe hacernos pensar, reflexionar sobre el futuro y los gestores tenerlo en cuenta a la hora de diseñar las infraestructuras”. En Laredo (Cantabria), por ejemplo, han tenido que revisar hasta tres veces el proyecto de su puerto ante la previsión de más oleaje en el Cantábrico y Galicia.
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