Algunos de los problemas medioambientales más importantes se encuentran en el mar. El aceleramiento de la subida del nivel de las aguas en las últimas décadas es uno de ellos. Diversos estudios aseguran que se ha producido un aumento global de entre 10 y 25 centímetros en el último siglo, y algunas estimaciones hablan incluso de más de 125 centímetros para la próxima década.
No obstante, se trata de un problema muy complejo para el que se necesitan más estudios científicos. Con este objetivo, un grupo de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones de Canadá (NRC en sus siglas inglesas) y de la Universidad de Nueva York está utilizando en Groenlandia el Slocum, un mini submarino dotado de los últimos avances en navegación y obtención de datos.
Gracias a este artilugio, estos científicos pretenden lograr datos que puedan mejorar los modelos informáticos de predicción del deshielo glaciar y del aumento del nivel del mar en el mundo. Asimismo, su idea también es conocer mejor el desplazamiento de los icebergs, una información muy útil para adelantarse a sus peligrosos avances, sobre todo para barcos que surcan su área de influencia.
En este sentido, los programas que predicen la deriva de estas gigantescas moles de hielo requieren saber con exactitud su forma bajo el agua, que representa el 90% de su masa total. Por ello, un mini submarino como el Slocum es una herramienta muy útil, aunque la tarea no ha sido sencilla. El gran tamaño del iceberg le impide conectarse a su sistema GPS y tampoco cuenta con indicadores visuales que le ayuden a buscar el camino adecuado. Para hacer frente a estos inconvenientes, sus responsables lo han equipado con un sistema acústico cuyos componentes son ubicados en puntos estratégicos alrededor del iceberg, permitiendo al dispositivo realizar triangulaciones por sonido.
Asimismo, otra de las ventajas de este aparato es la reducción de costes que supone. La investigación convencional bajo el hielo en lugares como Groenlandia o la Antártida suele requerir el uso de rompehielos, lo que puede suponer a las misiones científicas un gasto de hasta 30.000 euros diarios.
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