El grosor de la capa de ozono depende de varios factores, como las temperaturas de frío extremo en la estratosfera y la presencia en la atmósfera de gases que destruyen el citado gas, como el cloro o el bromo, generados por la actividad industrial humana, los famosos clorofluorocarbonos (CFC), prohibidos por el Protocolo de Montreal (1987). Tras esta prohibición, se produjo una cierta recuperación del espesor de la capa, pero pronto se vio que el cubrimiento total del agujero llevará décadas.
Teniendo en cuenta la variabilidad anual de su tamaño, según sean las temperaturas y la dinámica atmosférica en la región antártica, “es difícil detectar signos de recuperación”, destacó Julian Meyer-Arnek, del Centro Aeroespacial Alemán, que monitorea cada año su evolución. El tamaño del agujero se calcula siempre por estas fechas, en la primavera austral, midiendo el área afectada y la profundidad. En su evolución juega un papel crucial el vórtice polar, que es una especie de región con vientos muy fuertes en la baja estratosfera que generalmente circunda todo el continente blanco. Dentro del vórtice o “jet polar nocturno” se registran las temperaturas más bajas y, una vez se levanta la noche polar, las mayores pérdidas de ozono.
Como una especie de escudo protector de la Tierra, el ozono, situado a 25 kilómetros de altura, filtra las dañinas radiaciones ultravioletas. Esa capa ha perdido durante la última década un 0,3% de espesor al año, lo que incrementa el riesgo potencial de cánceres de piel, cataratas y otros daños.
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